La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún.
–Juan Pablo II en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. No. 10
El rostro brillante como el sol que se vislumbró en Fátima y en De La Salette es el mismísimo rostro de la madre de Jesús que en la escena evangélica de la Transfiguración, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor. La Transfiguración puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana.
Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo:
· Una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48).
· Una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos y presentir sus decisiones, como en Caná (Jn 2, 5).
· Una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz.
· Una mirada radiante por la alegría de la resurrección.
· Una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (Hch 1, 14).
Vivamos en sintonía con la mirada de María.
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